viernes, 21 de enero de 2011

La última gota

Siempre me ha sorprendido los sucesos protagonizados por personas normales que, de repente, pierden completamente la razón y se comportan como Atila en un criadero de romanos. Probos padres de familia, destacados miembros de su comunidad, de su iglesia o asociación de vecinos que inexplicablemente entran en una oficina de Telefónica armados de un bazooka y organizan una chanfaina entre el personal. ¿Qué les pasó? ¿Algún virus?

A veces pasa que las preguntas sin respuesta de repente encuentran su media naranja de manera inesperada, un fogonazo de iluminación en una situación en principio inocente. Eso me pasó tras mi enésima reclamación a una compañía de teléfonos. Por la mañana había recibido una multa con prevención de embargo en cuenta de un coche que no era de mi propiedad, cosa que no preocupaba mucho al ayuntamiento que me solicitaba demostrase que ese coche no era mío. Por la tarde estuve requiriendo a mi compañía de teléfono la devolución del importe de un servicio no contratado. Había estado una hora hablando con sucesivos interlocutores a los que tuve que explicar desde el principio todas mis cuitas y el último después de diez minutos de conversación me dijo que esa reclamación tenía que haberla hecho desde un primer momento al defensor del cliente ya que su departamento no podía tramitar errores de cobros indebidos y que no me retirara que me iban a preguntar por la calidad del servicio recibido.

Me imaginé a mi mismo en las oficinas de la compañía con un Uzi submachine gun haciendo justicia como un Stallone cualquiera. Fue solo un momento pero de repente las piezas encajaron.

Una persona normal es objeto de pequeñas vejaciones cotidianas por parte de su compañía de la luz, del teléfono, de todo tipo de instituciones de muchas y variadas fuentes. Cada una, como pequeñas gotitas de agua, van dejando su poso. Una ,dos no pasa nada pero como la tortura china, cada gota va minando el ánimo y creando una estalactita de cabreo que es sujeta por la educación y los buenos modales.

Un buen día un hecho normal, una pequeña afrenta, que aislada no tiene importancia, provoca una respuesta inaudita. Algo inexplicable- ¿Cómo pudo hacerlo?. De repente se rompió la presa, la estalactita venció a la educación. La furia ganó a la contención.

Me viene a la memoria los tebeos que leía de niño de Mortadelo y Filemón cuando Mortadelo se esconde en el Tíbet tras hacer tragar al superintedente un manojo de yunques y diciendo. ¡lo siento jefe no pude contenerme!, ¡no pude contenerme!.

Ibáñez ya lo sabía.

2 comentarios:

Perfida Canalla dijo...

jajajaja
Muy bueno....
A mi en ocasiones me pasa exactamente lo mismo, creo que voy a agarrar una sarten de teflon y plantarsela a alguien en toda la testa...
jajaja
Por cierto, soy Perfida
Un saludo coleguita

¡oh capitán! ¡mi capitán! dijo...

Hola perfida. Gracias por tu comentario.